Es increíble. El perro se va a mear en la papelera. El guardia no me dejará. Los animales no pueden entrar, aunque en la oficina esté lleno. En buen lío me he metido, voy a llegar tarde al urólogo. La enfermedad puede ser la antesala del fin, baja el telón, el actor ante la negra nada, respira soltando espumilla de muerte, los espectadores no hablan pero se miran con los ojos muy abiertos y esperan. La sangre mancha todo, mi camisa de rayas, el pantalón, sucio, la gente me mira, tengo que irme a casa, cogeré un taxi, vete a saber que pensarán. Siempre el qué dirán. El perro ya se ha meado a los pies de la palmera, tiene gracia quizás la señora del abrigo azul se esté muriendo, alguien tiene que venir, pero si nadie les avisa no se enterarán, en la radio quizás lo digan, no, porque no ha habido muertos. Siempre la muerte, en estos sitios se huele, siempre lo dijo mi padre, no quería ir al hospital, pero cuando salía del retrete en casa me encontraba con su mirada puntual, dos puntos negros debajo de unas grandes y claras cejas, como de paja, silencioso con la sonrisa rota, sangraba en silencio. Cuando murió en mis brazos, una bocanada, espesa, granate negro, lengua de sangre su último suspiro, como se dice, exhaló. Desde aquel día la hermana de mi madre no me habla, dice que la expulsé, la eché de la habitación donde agonizaba mi padre porque él me lo pidió, que se vaya esa bruja de mala sangre, obedecí y me alegro de que no vuelva a hablarme. La soledad y el silencio que en la cultura de oriente es buena, aquí desde que los hiperactivos se han adueñado de los centros de decisión de todo el mundo, todo es ruido, barullo, color de plexiglás, aquí te cojo aquí te mato. El guardia se ha ido, el perro que aún sujeto con la correa se lame el pene, la enfermera con la bufanda rosa me llama, la mujer del abrigo azul se queda internada en la habitación 323, debo acompañarla mientras pone en mis manos el abrigo azul, su camisa gris, la falda de piqué, la camiseta blanca, las bragas negras y envueltos en un una servilleta de papel el reloj, un anillo y la dentadura. Me dicen que no han localizado a nadie, no lleva ningún documento, posiblemente había bajado un momento a pasear al perro. Yo me siento en una silla y espero a que despierte. No puedo marcharme, el perro sigue atado a una palmera cerca de la puerta de urgencias y desde aquí lo oigo llorar.