JORGE LUIS BORGES

¿Qué es más importante en un escritor famoso y estudiado? ¿Su obra? ¿su vida?

Uno de los escritores que provoca más controversia en este sentido es el argentino muerto suizo, Jorge Luis Borges, que siendo consecuente con sus ideas conservadoras, enaltecedoras del caudillismo, apoyó las dictaduras argentinas y chilena que le tocó vivir pero que escribió una obra enciclopédica merecedora de muchos premio y que nunca recibió el Nobel de Literatura.

El escritor cuando muere deja su biografía a los estudiosos pero su obra escrita es la única que merece ser tenida en cuenta, si no fuera así cómo acudir a las obras de antisemitas como Quevedo, nazis en su juventud como Gunter Grass, fascistas como Celine o Dannunzio. Queda su obra y eso es lo único que podemos alcanzar a conocer de un escritor. En el caso de Borges, como en el de muchos de ellos, Internet está llenando la red de auténticas majaderías a él atribuidas. Unas veces por ignorancia y otras por un infantil egocentrismo (ver Piaget), hay personas que se dedican a pasar poemas y relatos atribuidos a Borges. Uno de esos poemas más «leído» en la red es el titulado Instantes, pero que nunca escribió el genial ciego.

No obstante, queremos desde esta humilde ventana brindar un homenaje a J.L Borges con la la lectura, a ser posible en voz alta, de este poema escrito en 1964 según la edición del Círculo de Lectores de 1993.

ALGUIEN

Un hombre trabajado por el tiempo,
un hombre que ni siquiera espera la muerte
(las pruebas de la muertes son estadísticas
y nadie hay que no corra al albur
de ser el primer inmortal),
un hombre que ha aprendido a agradecer
las modestas limosnas de los días:
el sueño, la rutina, el sabor del agua,
una no sospechada etimología,
un verso latino o sajón,
la memoria de una mujer que lo ha abandonado
hace ya tantos años
que hoy puede recordarla sin amargura,
un hombre que no ignora que el presente
ya es el porvenir y el olvido,
un hombre que ha sido desleal
y con el que fueron desleales,
puede sentir de pronto, al cruzar la calle,
una misteriosa felicidad
que no viene del lado de la esperanza
sino de una antigua inocencia,
de su propia raíz o de un dios disperso.
 
Sabe que no debe mirarla de cerca,
porque hay razones más terribles que tigres
que le demostrarán su obligación
de ser un desdichado,
pero humildemente recibe
esa felicidad, esa ráfaga.
 
Quizá en la muerte para siempre seremos,
cuando el polvo sea polvo,
esa indescifrable raíz,
de la cual para siempre crecerá,
ecuánime o atroz,
nuestro solitario cielo o infierno.