
EL ENAMORADO DEL MAR
Soy hijo de un marinero y de una sirena, al nacer me operaron para quitarme las aletas de pez, ahora tengo un aspecto humano. Nací en el mes de julio, soy Cáncer, signo de agua, y hubiera querido ser todo de agua, para estar siempre discurriendo de un cauce a otro hasta llegar al mar, evaporarme bajo el sol para convertirme en nube, jugar con el viento y caer en forma de gota de lluvia sobre la suave cara de una muchacha acariciando su mejilla. Mi querencia al agua se incrementaba cuando en los veranos los niños nos acercábamos al cauce del riachuelo que se dirige a llevar sus aguas al mar, discurre el agua entre chopos altos y atrevidos que querían descubrir el misterio del cielos con su copa y que fascinan con sus hojas verdes que abanican el aire creando agradable ambiente y sombra en verano, llegando el otoño la alquimia las convierte en color oro y cobre que crean encantadores contrastes.
De niño bañaba mi cuerpo en las frías aguas del río, que me estremecían por las caricias que con amor me obsequiaba; desde mi escondite tras los grandes sauces gastaba mis descansos vigilando las ranas y observando la ruta del agua, cuyo empuje utilizaba para enviar mensajes escritos en papel fijados con un alfiler a un corcho que depositaba en la superficie, a veces corría tras el “barco” y observaba desde el “puente” como las olas con caprichosos dibujos en su descender portaba mis palabras, mientras que con mis ordenes al timón inexistente intentaba marcar el rumbo del transporte en su navegar incierto sobre las olas.
Mis aventuras en el río acabaron de triste manera, cuando en invierno patinando con otros niños en el lecho helado, la dura capa se resquebrajo y nos hundimos en la charca grande. Todos corrimos, yo lloraba: ¡madre…, que me he mojado, tengo mucho frío! Fue ella quien me prohibió ir al río pretextando que era peligroso, se que lo hizo para protegerme y sin querer me hizo daño, ella no pudo comprender que yo amaba las aguas limpias y claras. Me separaron de ellas, impidiéndome la felicidad de contemplarlas y tocarlas, de zambullirme en la poza, triste imposición que me desgarro el corazón porque ¡me había enamorado de aquel río! Obediente me sometí a mandato de madre, triste porque los sentimientos nobles no deben someterse a tan crueles situaciones.
Mi amor al agua renació cuando subimos a la montaña entre riscos llenos de altivos pinos albares que con su resina purifican el aire, tomamos una senda cuajada de plantas olorosas “romero, morquera, jara y espliego”, hasta llegar a una cueva entre lirios perfumados y libélulas que se balancean en los juncos como alados jinetes de colores. Allí conocí el nacimiento del río Cuervo, al tener su agua entre mis labios, percibí el hechizo de su frescura; surge del interior de las rocas donde se oculta un depósito gigantesco que la Naturaleza ayudada por filtros ocultos consigue su pureza, la lluvia y las nieves renuevan el ciclo y su belleza. Cuando introduje mis manos en su fuente, me envolvió un frescor y bienestar transcendental, desde ese momento me interesó… ¿preludio de amor?. Contemple su hermosura eterna, ella se interesó por mi, ambos nos intercambiamos guiños en secreta complicidad. Me despedí susurrado un “Te quiero”. La fuente, recatada me respondió con un gorgoteo de su caño grueso que me estremeció.
Pili, tenia catorce años, dos menos que yo, era alta delgada flacucha con pecas cerca de la nariz, y coleta sujeta por un lazo rojo, muy aficionada a los deportes, cuando era necesario hacia de portera en los partidos de fútbol y aspiraba a participar en el equipo de gimnasia rítmica, ella me llamaba Popeye por mi fea nariz. Fuimos amigos infantiles, nos contábamos historias, yo le hablaba de héroes y aventuras, ella narraba historias de ninfas, sirenas, lamías y hadas buenas que hacían sortilegios para destruir injusticias y de cómo eran capaces de construir un puente o palacio en una noche. Fue entonces cuando empecé a sospechar que elle era también una de ellas.
Nos enamoramos y en infantil ceremonia inventada y secreta, nos declaramos pareja. Fueron unos meses de mutua felicidad en un lugar solitario de encuentros, hasta que alguien observó nuestras entradas y salidas de un abandonado desván, supuso con mentalidad malsana e informo a la madre de la chica, la mujer reacciono diciendo que éramos muy jóvenes y que de mayores decidiríamos sobre nosotros, entretanto no se oponía a que fuéramos solo amigos. Era una decisión que auguraba un bello proceso de felicidad basado en un amor presente de sincero querer y la esperanza de un para siempre que empezaba mañana.
Eran épocas de estudios, nos encontrábamos en lugares y momentos acordados con solo unos minutos de charla, donde ratificamos nuestro cariño y el intercambio de nuestras últimas poesías. Cuando Pili tenia 18 años, la naturaleza convirtió su cuerpo de crisálida en mariposa, se había estilizado, desarrollado el busto, esculpido el talle, su piel oscurecido, sus ojos se habían transformado en un lago verde con brillos de esmeralda defendidos por los juncos de sus pestañas, su cabello color oro descendía en guirnaldas revoltosas con las que jugueteaba entre sus dedos largos y finos de delicado cristal, su dulce respirar me envolvía en un aroma que hechizaba, sus labios tenían un sabor a fruta madura, era inteligente y sabia, enérgica como roble que el viento no vence. En su diario despertar se asomaba por su balcón en busca de la caricia de sol de la mañana y allí estaba yo esperando el beso que depositaba en la palma de su mano para lanzarlo hacia mí con un soplo, así reconfortaba mi pasión.
Al cumplir veintiún año, con la primera paga de mi trabajo obsequie a Pili, un espejo de plata y un peine dorado, para que pudiera alisar sus revoltosos rizos que despeinaba la brisa durante las noches en que juntos desde nuestra isla de ensueños contemplábamos la lluvia de estrellas en el espacio, mientras susurrábamos sentimientos envueltos en espuma del río. En las noches de luna llena, nos mirábamos en el cauce que mostraba nuestras sombras en su profundidad, entonces desconocía que el agua y las sirenas mantienen mutuos secretos.
Recibí una carta donde Pili me decía: Me marcho a estudiar a Londres: El pasado vivido contigo permanecerá en mí eternamente, te conocí y te ame y a tan bello recuerdo no se renuncia. Te ruego me olvides…, existe algo que impide nuestra felicidad…, Recapacité, lo nuestro fue un bello intercambio de amor, más no era de mi propiedad y en sus sentimientos ella mandaba. Ironías del destino que el hombre que amaba en sinceridad era rechazado de manera tan inesperada y cruel. En mi preocupación fui paseando por el cauce antiguo del río Túria, en ese momento tenia un aspecto fantasmagórico por una extraña luz cegadora que surgía del fondo. Continué el camino. Me dolía todo y nada, escuche un rumor lejano que me decía: “lucha, siempre lucha, nada grandioso se obtiene sin esfuerzo y sin entusiasmo”, otra voz aconsejaba. “olvídala, es una ingrata, que se ha burlado de tu amor sincero”
Era de noche y caminaba sin rumbo inmerso en mi desgracia, hasta que llegue al mar, en la orilla había una pequeña barca sin dueño cercano, reme para separarme de la costa, después me tumbé en la barca mirando al cielo. Fue una experiencia grandiosa, remaba, y me balanceaba mirando el firmamento que oscilaba al ritmo de las olas, la luna descendía a bañarse al mar y subirse en la puntas de las olas hasta llegar a la playa, me sobresalté al escuchar un fuerte chapoteo y risas, levanté la cabeza y descubrí en la proa unas sombras, percibí su contorno, eran seis figuras que alisaban con las manos su cabello haciéndoles brillar con reflejos. Una llevaba un peine dorado y un espejo plateado, era Pili. Desconcertado quede observando, al poco empezaron a cantar una bella canción de amor narrada con un tono que hipnotizaba, me incorporé despacio sugestionado por la situación que admiré en silencio, quede asombrado por el fulgor de sus bellos rostros. Una de ellas fijo su mirada su mirada en mi, dio un grito e interrumpieron su canto sumergiéndose en las aguas, al rato salieron a la superficie saludaron con las mano y desparecieron. Deduje que Pili…! era una ninfa!, decidí seguirla a nado, era muy rápida, agotado quede paralizado en el mar, me podia sostener pero no avanzar, alrededor de mi empezaron a surgir varias ninfas, a veces me rozaban, cantaban una canción triste de un hombre que se lanzó al mar persiguiendo una ilusión de amor y se ahogo, empecé a chapotear para llegar a la costa más era inútil, las olas enviaban mi cuerpo a todas partes sin que pudiera evitarlo. De pronto se hizo la oscuridad dentro de mí, supe después que me encontró un pescador en la desembocadura del Xuquer, el río me había protegido y que tenía una enorme brecha en la cabeza por un golpe contra una roca.
Cuando desperté mi madre estaba a mi lado, narré lo ocurrido y pregunté por Pili, mi madre llorosa, comentó eran delirios ocasionados por el golpe y que las historias de ninfas que aturden a los marineros, eran leyendas sin fundamento y no había tenido ninguna amiga llamada Pilar. Quedé desconcertado, cuando llegó el doctor solo dije que había salido a pescar y las olas habían volcado la barca. Si hubiera dicho verdad, quizás hubiera anotado: presunto trastorno mental.
Me visitó mi amigo Enric, acercándose a mi madre le dijo algo que escuche: Aixó es efecte de dones d’aigua. Tenen poders, atrauen irresistiblement per amor, sedueixen fins als límits de la follia, fins a l’oblit de la seva pròpia personalitat. S’explica casos de donas d’aigua, fent-se passar durant tot el temps com una dona normal i corrent.
Estaba en el lecho del sanatorio, una muchacha, entró a la habitación y controlaba los aparatos a los que estaba conectado, era rubia con el pelo largo llevaba en la bata blanca un bordado: “Pilar García. Enfermera”, sabía que las ninfas podían manifestarse de diferentes maneras, más aquello era inesperado. Cuando le dije “tu eres la ninfa de la que yo estoy enamorado”. Sonrió en complicidad y salió de la habitación.
Me sentí zarandeado por una señora que me gritaba: ya ha llegado…, reaccione y active mi despertar, la mujer comentó: “despierta, Pilar ha dado a luz y tú dormido como un tronco”, era una sanitaria que me entregaba un envoltorio donde una cosa pequeña se removía con los ojos cerrados…, era mi hija. Estaba muy nervioso, pensando si mi niña era humana o tenía alguna influencia genética de los antecesores de su madre o míos y nacía sirena o ninfa. Así que aparte las sabanas que la cubrían y aprecie con alegría que sus piernas terminaban en lindos pies con dedos separados de niña, sin membranas nadadoras, ni aletas de sirena, entonces excitado grité: ¡un hada, un hada maravillosa! Los que me escuchaban consideraron mi exclamación como indicio de pasión de padre. ¡¡Que feliz sueño!!.
El médico preguntó: ¿Qué tal se encuentra hoy el enfermo? Bien, dije con tenue voz. Mi madre añadió: estoy preocupada porque no deja de hablar en voz alta cuando está dormido. El médico recetó algo que decidí no tomar…/ La enfermera Pilar, llegó con una jeringuilla, no me explicaron lo que era, en la ampolla leí algo así como “hipnosedol”, como no estábamos solos murmure a su oído: ¡Te espero donde cada noche a las once! Pilar por discreción me respondió guiñando un ojo.
A los seis meses nos casamos, con invitados, anillo y sometidos al rito especial y extraño de sumergirnos abrazados en las aguas de un lago lleno de perfumados nenúfares, me sentí atrapado con sus brazos que como lianas de magnolios me sujetaban hasta lograr la sensación de que ella formaba parte de mí. Sentí la dicha del ser humano cuando ama y se sabe correspondido, procurando cada uno la felicidad al otro.
Vivir en los sueños deseos como si fueran realidad, son momentos que proporcionan felicidad. Me quede otra vez dormido, dichoso, dispuesto a soñar.
