Cayó el muro pero los miedos no.
Parece ser que no podemos vivir sin miedos y por ello construimos muros y ponemos cerrojos. El muro de Berlín, dejando aparte la ceremonia de confusión, hace 20 años, que se produjo con lo de la libertad de viajar de los berlineses de la zona comunista, la realidad era que ya no tenía sentido desde que en otros países del este ya se podía viajar, salir, sin restricciones.
El miedo sigue y quizás por ello seguimos construyendo muros aunque no sean ni tan vistosos ni tan artísticos como el de Berlín. Nada más hay que darse cuenta de que recientemente en los EE.UU. se ha derogado la Ley que impedía entrar a los enfermos de SIDA pero se mantiene el muro construido en la frontera con México.
El miedo se ha convertido en la señal más destacada en un mundo tan “avanzado” como es el de los países más ricos y estables, a pesar de los progresos científicos y de la mayor esperanza de vida. Parece que no podemos vivir sin miedos, sin dragones, sin pestes, sin genocidios.
Esta foto cerca de Alexanderplatz, que tomé este verano en un Berlín risueño es la imagen de una espera sin miedos, alejados del ruido urbano, mientras miran los árboles cercanos y el cielo se tiñe grisáceo de inquietud. La pareja de jóvenes son la esperanza.