Berlín, el muro y el miedo

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Cayó el muro pero los miedos no.

Parece ser que no podemos vivir sin miedos y por ello construimos muros y ponemos cerrojos. El muro de Berlín, dejando aparte la ceremonia de confusión, hace 20 años, que se produjo con lo de la libertad de viajar de los berlineses de la zona comunista, la realidad era que ya no tenía sentido desde que en otros países del este ya se podía viajar, salir, sin restricciones.

El miedo sigue y quizás por ello seguimos construyendo muros aunque no sean ni tan vistosos ni tan artísticos como el de Berlín. Nada más hay que darse cuenta de que recientemente en los EE.UU. se ha derogado la Ley que impedía entrar a los enfermos de SIDA pero se mantiene el muro construido en la frontera con México.

El miedo se ha convertido en la señal más destacada en un mundo tan “avanzado” como es el de los países más ricos y estables, a pesar de los progresos científicos y de la mayor esperanza de vida. Parece que no podemos vivir sin miedos, sin dragones, sin pestes, sin genocidios.

Esta foto cerca de Alexanderplatz, que tomé este verano en un Berlín risueño es la imagen de una espera sin miedos, alejados del ruido urbano, mientras miran los árboles cercanos y el cielo se tiñe grisáceo de inquietud. La pareja de jóvenes son la esperanza.

 

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BERLÍN, Premio Príncipe de Asturias

IBerlin, Alexanderplatz

Si en Europa hay una ciudad que pueda representar mejor la historia de la lucha de las ideas o más bien de la razón, una ciudad sacrificada al progreso por dictaduras, destruida pero levantada sin descanso,  una ciudad que lucha por el futuro sin olvidar el pasado, en Europa no hay otra como Berlín.

Esta fotografía que tomé cerca de Alexanderplatz, cerca de la catedral, cerca del monumento a Carlos Marx, cerca de una avenida con el nombre más delicado y acogedor que haya como es Unter den Linden (Bajo los tilos), resume muy claramente la visión de una ciudad que representa mejor que otras la idea de una realidad supranacional basada en la concordia sin rencores: dos jóvenes que hablan junto los tilos del parque tras el que sobresale la cúpula de la catedral barroca del siglo XVIII

A esta ciudad le han dado el Premio Príncipe de Asturias por representar  según el jurado «un nudo de concordia en el corazón de Alemania y de Europa que contribuye al entendimiento, la convivencia, la justicia, la paz y la libertad en el mundo». Lo importante de este reconocimiento es que se da a una ciudad, a una población, a un grupo de seres humanos que conviven en un solar ciudadano tallado sobre una gran memoria histórica. Algo que deberían aprender muchas lideresas y líderes de pacotilla que pueblan arrogantes poltronas de nuestras tierras: humildad, honradez, esfuerzo , además de respeto debido a los que piensan diferente.

Enhorabuena Berlín.

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