De vicios y costumbres

Hablando de corrupciones de políticos y demás personajes públicos, nos asombra e impresiona de forma escandalosa la aprobación social que se manifiesta en las votaciones de las elecciones o en la compra de productos y servicios de las empresas de esos personajes (Bancos, Fábricas de automóviles, Inmobiliarias)

Como siempre, no hay nada nuevo bajo el sol y Montaigne se lamentaba así en sus Ensayos:

Fundar la recompensa de las acciones virtuosas en la aprobación de los demás es adoptar un fundamento demasiado incierto y confuso. En particular en un siglo corrompido e ignorante como éste, la buena estima del pueblo es injuriosa; ¿ a quién confiáis el ver lo que es loable? Líbreme Dios de ser hombre de bien conforme a la definición que veo hacer a diario por honrarse, a cada cuál de sí mismo. «Lo que fueron vicios son ahora costumbres» (Séneca, Cartas)

De lo cuál se deduce que en el seno de una sociedad donde la corrupción es virtud para la «mayoría», al menos esta agrupación de votantes o consumidores no castiga aquellas conductas, ¿las minorías están condenadas a sufrir las injurias del sentido «común» de aquella?

Mientras, la música parece diferente pero es la misma, siempre la misma melodía a través del tiempo.

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El bien soberano

Escribe Montaigne en sus Ensayos sobre cuál es el bien soberano del hombre:

«Unos dicen que nuestro bienestar reside en la virtud,otros que en el placer, otros que en el acuerdo con la naturaleza; este, que en la ciencia; aquél, que en no tener dolor; el de más allá, que en no dejarse llevar por las apariencias…»

Después de hacer todo un discurso sobre los sentidos y las distintas formas de vivir en las diferentes culturas entonces conocidas, llega a la conclusión de que no hay un bien definitivo y común al ser humano. Termina con una petición : «Qué cosa tan vil y abyecta es el hombre si no se eleva por encima de la humanidad» , sabiendo que es un imposible porque «no puede ver más que con sus ojos, ni agarrar más que en sus dedos»

Este vivir casi imposible es la marca de los que creen en algo más de lo que dictan sus sentidos, a unos los lleva por el sendero de las creencias y a otros por el de las utopías, pero todos buscan mejorar el mundo que encontraron al nacer. El bien soberano queda definido en la acción.

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Liberarse para ser uno mismo, Zweig.

En su inacabado libro titulado «Montaigne», Stefan Zweig destaca como una obsesión de los Ensayos

su afirmación categórica «La cosa más importante del mundo es saber ser uno mismo». Ni una posición en el mundo, ni los pivilegios de la sangre o del talento hacen la nobleza del hombre, sino el grado en que consigue preservar su personalidad y vivir su propia vida

Dicho esto en una Francia del siglo XVI es todo un reto al pensamiento establecido en aquella sociedad de estamentos sociales indiscutibles, en la que se entiende que el hombre aislado no es nada porque no se puede vivir en el vacio. Montaigne no da fórmulas mágicas para alcanzar su buen arte de vivir, pero Zweig se atreve a redactar un listado de reglas que pueden encontrarse dispersas en los libros de los Ensayos:

Liberarse de la vanidad y del orgullo, que es tal vez lo más difícil, liberarse del miedo y de la esperanza,

de las convicciones y de los partidos,

de las ambiciones y toda forma de codicia,

vivir libre, como la propia imagen reflejada en el espejo,

del dinero y de toda clase de afán y de concupiscencia,

de la familia y del entorno,

de fanatismos, de toda forma de opinión estereotipada, de la fe en los valores absolutos.

La vida depende de la voluntad ajena; la muerte de la nuestra. La muerte más voluntaria es la más hermosa.(Esta última cita recogida por Richard Friedenthal)

Zweig consiguió, huyendo del horror nazi, realizar su muerte más hermosa; porque siempre luchó para liberarse de uno mismo y no ser el otro que le querían imponer los bárbarso de la esvástica.

Y yo me pregunto, nuestros políticos ¿entienden las palabras de Montaigne? o ¿su ambición es tal que ya no pueden entender nada que no sea vanidad y engaño?

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Montaigne y la educación

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De buen grado vuelvo a esa idea de la inepcia de nuestra educación. Ha tenido como fin hacernos no buenos y sensatos, sino cultos; lo ha conseguido. No nos ha enseñado a perseguir y a abrazar la virtud y la prudencia, sino que nos ha grabado la derivación y la etimología. Sabemos declinar virtud aunque no sepamos amarla; si no sabemos lo que es la prudencia en la realidad y la experiencia, lo sabemos por definición de memoria.

Esto es lo que piensa y escribe Montaigne (1592), hoy  cuando vemos el estado lastimoso en que se encuentra el sistema educativo en nuestra comunidad con índIces de fracaso escolar vergonzosos, cuando nos quedamos atónitos ante los escándalos de algunos políticos que son apoyados por una mayoría considerable de conciudadanos nuestros, uno tiene que evitar caer en el relativismo inmovilista al pensar que cuatrocientos años después el señor de Montaigne tiene la razón de su lado cuando escribe:

La reputación a la que todos aspiran de agudeza y rapidez de inteligencia, búscola yo, mas de equilibrio; en lugar de por una acción brillante y señalada o por cierta cualidad particular, quiérola yo por el orden, la coherencia y la tranquilidad de ideas y de costumbres.

Ahora, en su afán de brillantina y grandeza de cartón piedra, nuestros poderosos dirigentes buscan más el efecto del momento que el efecto a lo largo de los años; no buscan nuestros representantes el equilibrio para conseguir una sociedad llena  de virtudes ciudadanas que ayuden a la convivencia y a la justicia. Y como dice Adela Cortina, cuando el Estado falla la única alternativa del siglo XXI es el fortalecimiento de la sociedad civil. El Estado, y con ello sus representantes, tienen que impartir justicia pero es la sociedad civil la que debe promover y alentar las virtudes de solidaridad y justicia.

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Una montaña de pensamiento: Michel de Montaigne

«Lo soy todo menos un escritor de libros. Mi tarea consiste en dar forma a mi vida. Es mi único oficio, mi única vocación» (Montaigne)

Me gusta tener libros sobre mi mesilla de noche y cerca del lugar desde el que escribo habitualmente. Uno de esos libros es una recopilación del libro de Michel de Montaigne, Ensayos,  en la edición del Círculo de Editores del año 1992 que recoge únicamente ocho capítulos: De la educación de los hijos, De la amistad, Del ejercicio, Apología de Raimundo Sabunde, De la presunción, Del arrepentimiento, De la vanidad, De la experiencia. Esta selección dice el recopilador se hizo por su permanente actualidad, es decir que lo que se dictó a finales del siglo XVI sigue teniendo interés el siglo XXI. Es un clásico.

Montaigne no escribe una autobiografía, ni un relato a modo de novela, ni un tratado de fisiología, ni una colección de citas famosas, ni un farragoso texto lleno de latinismos, ni un recetario de remedios para curar enfermedades. Simplemente escribe en primera persona sobre todo lo que a un hombre de su época podía preocuparle sin ningún afán de buscar premios o prebendas de los famosos.

Gracias a la bilbioteca CERVANTES VIRTUAL podemos tener acceso en línea a esta  obra, que marcó un antes y un después en la literatura personal de opinión, donde se emite una interpretación de cualquier tema sin necesidad de aportar pruebas fuera del juicio personal.

Iniciamos una nueva serie de apuntes filosóficos sobre los ENSAYOS  de Montaigne (1580) que comentaremos con noticias o aspectos observables en nuestra vida de ciudadanos del siglo XXI. Para empeza nada mejor que la entrada con la que inicia su texto, en realidad su dictado ya que Montaigne dictaba sus pensamientos  en el torreón circular de  su  castillo a donde se retiró de la vida pública:

El autor al lector

Este es un libro de buena fe, lector. Desde el comienzo te advertirá que con el no persigo ningún fin trascendental, sino sólo privado y familiar; tampoco me propongo con mi obra prestarte ningún servicio, ni con ella trabajo para mi gloria, que mis fuerzas no alcanzan al logro de tal designio. Lo consagro a la comodidad particular de mis parientes y amigos para que, cuando yo muera (lo que acontecerá pronto), puedan encontrar en él algunos rasgos de mi condición y humor, y por este medio conserven más completo y más vivo el conocimiento que de mí tuvieron. Si mi objetivo hubiera hubiera «>hubiera «>sido buscar el favor del mundo, habría echado mano de adornos prestados; pero no, quiero sólo mostrarme en mi manera de ser sencilla, natural y ordinaria, sin estudio ni artificio, porque soy yo mismo a quien pinto. Mis defectos se reflejarán a lo vivo: mis imperfecciones y mi manera de ser ingenua, en tanto que la reverencia pública lo consienta. Si hubiera yo pertenecido a esas naciones que se dice que viven todavía bajo la dulce libertad de las primitivas leyes de la naturaleza, te aseguro que me hubiese pintado bien de mi grado de cuerpo entero y completamente desnudo. Así, lector, sabe que yo mismo soy el contenido de mi libro, lo cual no es razón para que emplees tu vagar en un asunto tan frívolo y tan baladí. Adiós, pues.

De Montaigne, a 12 días del mes de junio de 1580 años.


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