Leer con música, 1984

Cuando el sol se ha ido, no, mejor decir cuando las farolas de la calle se encienden, nos sentamos en el trono de todas las clases sociales medianamente bien alimentadas – no me refiero al escusado- y tomamos un libro, entonces es cuando llega el momento de buscar la música mientras las ventanas vibran por las sacudidas de un pequeño vendaval.

Quizás por la inmersión continua y permanente que padecemos para que el sonido nos envuelva siempre, ya casi no podemos leer sin oír música, clásica o no, yo me he acostumbrado y tomo mi «1984» mientras escucho a Costello.

Era un día luminoso y frío y los relojes daban las trece. Winston Smith, con la barbilla clavada en el pecho en su esfuerzo por burlar el molstísimo viento, se deslizó rápidamente por entre las puertas de cristal de las Casa de Victoria, aunque no con la suficiente rapidez para evitar que una ráfaga polvorienta se colara con él.

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