Blue moon, buen viaje

Ahora que acaba el año, cuando en los medios de comunicación reseñan aquellas noticias más destacadas, sin reparar en la bondad de los hechos, conviene releer a nuestro querido Montaigne cuando dice en sus Ensayos, refiriéndose siempre a sí mismo:

Igualmente, no hay bondad que no alegre a un natural bien nacido. Hay ciertamente al obrar bien cierta congratulación que nos alegra en nuestro interior, y un orgullo generoso que acompaña a la buena conciencia. Un alma valerosamente viciosa puede quizá proveerse de seguridad, mas no puede proveerse de esa complacencia y satisfacción, no es liviano placer el de sentirse preservado del contagio de siglo tan corrompido y el decirse a uno mismo: Aquel que viera el fondo de mi alma, ni aun así me hallaría culpable ni de la aflicción ni de la ruina de nadie, ni de venganza o envidia, ni de ofensa pública a las leyes, ni de novedad o agitación, ni de faltar a mi palabra…

Aprovechar nuestros recuerdos, de este año que acaba, para comprobar cuánto del buen obrar guió nuestras acciones  y comprender que en este mes de diciembre, con dos lunas llenas, nada impide que podamos mejorar nuestro pequeño mundo y sigamos cantando una sencilla canción como esta, canción para que nada nos impida soñar durante el viaje del próximo año 2010:

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Para algo sirve la desgracia

Incluso las cualidades no reprochables que hay en mí, hállelas inútiles para este siglo. La facilidad de mis costumbres hubiera sido llamada, cobardía y debilidad; la fe y la inocencia, habrían sido tratadas de escrupulosas y supersticiosas; la franqueza y la libertad, de inoportunas, inconsideradas y temerarias. Para algo sirve la desgracia. Es bueno nacer en un siglo harto depravado; pues, en comparación con los demás, se os estima virtuoso por poca cosa. Quien no es en nuestros días ni parricida ni sacrílego, es hombre de bien y de honor.

Montaigne en su afán de retratarse con todos sus vicios y virtudes, llega a describir su época de forma indirecta pero de un modo descarnado y casi impúdico.  Incide una vez más en su libertad de ser como individuo aunque no vaya con los tiempos que le toca vivir. Hoy le sería más difícil, estamos más mediatizados, las desgracias no sirven para que seamos mejores  aunque lo imaginemos  como nos pedía John Lennon al principio de la década de los setenta.



De vicios y costumbres

Hablando de corrupciones de políticos y demás personajes públicos, nos asombra e impresiona de forma escandalosa la aprobación social que se manifiesta en las votaciones de las elecciones o en la compra de productos y servicios de las empresas de esos personajes (Bancos, Fábricas de automóviles, Inmobiliarias)

Como siempre, no hay nada nuevo bajo el sol y Montaigne se lamentaba así en sus Ensayos:

Fundar la recompensa de las acciones virtuosas en la aprobación de los demás es adoptar un fundamento demasiado incierto y confuso. En particular en un siglo corrompido e ignorante como éste, la buena estima del pueblo es injuriosa; ¿ a quién confiáis el ver lo que es loable? Líbreme Dios de ser hombre de bien conforme a la definición que veo hacer a diario por honrarse, a cada cuál de sí mismo. «Lo que fueron vicios son ahora costumbres» (Séneca, Cartas)

De lo cuál se deduce que en el seno de una sociedad donde la corrupción es virtud para la «mayoría», al menos esta agrupación de votantes o consumidores no castiga aquellas conductas, ¿las minorías están condenadas a sufrir las injurias del sentido «común» de aquella?

Mientras, la música parece diferente pero es la misma, siempre la misma melodía a través del tiempo.

El bien soberano

Escribe Montaigne en sus Ensayos sobre cuál es el bien soberano del hombre:

«Unos dicen que nuestro bienestar reside en la virtud,otros que en el placer, otros que en el acuerdo con la naturaleza; este, que en la ciencia; aquél, que en no tener dolor; el de más allá, que en no dejarse llevar por las apariencias…»

Después de hacer todo un discurso sobre los sentidos y las distintas formas de vivir en las diferentes culturas entonces conocidas, llega a la conclusión de que no hay un bien definitivo y común al ser humano. Termina con una petición : «Qué cosa tan vil y abyecta es el hombre si no se eleva por encima de la humanidad» , sabiendo que es un imposible porque «no puede ver más que con sus ojos, ni agarrar más que en sus dedos»

Este vivir casi imposible es la marca de los que creen en algo más de lo que dictan sus sentidos, a unos los lleva por el sendero de las creencias y a otros por el de las utopías, pero todos buscan mejorar el mundo que encontraron al nacer. El bien soberano queda definido en la acción.

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Liberarse para ser uno mismo, Zweig.

En su inacabado libro titulado «Montaigne», Stefan Zweig destaca como una obsesión de los Ensayos

su afirmación categórica «La cosa más importante del mundo es saber ser uno mismo». Ni una posición en el mundo, ni los pivilegios de la sangre o del talento hacen la nobleza del hombre, sino el grado en que consigue preservar su personalidad y vivir su propia vida

Dicho esto en una Francia del siglo XVI es todo un reto al pensamiento establecido en aquella sociedad de estamentos sociales indiscutibles, en la que se entiende que el hombre aislado no es nada porque no se puede vivir en el vacio. Montaigne no da fórmulas mágicas para alcanzar su buen arte de vivir, pero Zweig se atreve a redactar un listado de reglas que pueden encontrarse dispersas en los libros de los Ensayos:

Liberarse de la vanidad y del orgullo, que es tal vez lo más difícil, liberarse del miedo y de la esperanza,

de las convicciones y de los partidos,

de las ambiciones y toda forma de codicia,

vivir libre, como la propia imagen reflejada en el espejo,

del dinero y de toda clase de afán y de concupiscencia,

de la familia y del entorno,

de fanatismos, de toda forma de opinión estereotipada, de la fe en los valores absolutos.

La vida depende de la voluntad ajena; la muerte de la nuestra. La muerte más voluntaria es la más hermosa.(Esta última cita recogida por Richard Friedenthal)

Zweig consiguió, huyendo del horror nazi, realizar su muerte más hermosa; porque siempre luchó para liberarse de uno mismo y no ser el otro que le querían imponer los bárbarso de la esvástica.

Y yo me pregunto, nuestros políticos ¿entienden las palabras de Montaigne? o ¿su ambición es tal que ya no pueden entender nada que no sea vanidad y engaño?

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