(Cupido frenando al Instinto)
Este lienzo de Giovanni Baglione pintado en Roma en 1620 es un encargo de personaje muy principal que expresa de forma indirecta la fascinación por el desnudo femenino, que los poderosos han tenido siempre cerca de sus alcobas, aunque tuvieran que dar una pátina moralizante a la imagen erótica principal.
La cara de contrariedad del carnal Instinto, oscuro y rojizo, brutal, tosco, por la llamada de atención del inocente angelito encuadra nítidamente la figura central del cuadro en diagonal de abajo arriba y de izquierda a derecha, como mandaban los cánones del renacimiento italiano. Influido por Caravaggio, Baglione que supo apartarse de la vida un tanto inquieta de su maestro – fu homo satírico, e altero, escribió de Caravaggio – al que denunció a la Justicia por sodomía, supo ponerse al servicio de ricos hombres, cardenales y Papas. La escena, casi sin espacio, realza la figura femenina casta sin mirar al espectador, como si fuera una imagen para no perturbar la conciencia de los mirones pecadores.
Lo curioso y al mismo tiempo sorprendente es cómo pudo ir a parar este lienzo a manos del canónigo de la catedral de Valencia, Tomás Naudín, que en 1825 lo donó a la Real Academia de San Carlos de Valencia.