La mente del hombre es capaz de cualquier cosa, porque está todo en ella, tanto el pasado como el futuro.
(Joseph Conrad, «El corazón de las tinieblas»)
Parece arrancado de una película gore, con chorros de sangre, caras desdibujadas por la maldad, ojos pavoridos por el horror de una víctima regordeta y sonriente pero, no, es la cruda realidad cotidiana de los accidentes laborales y la banalidad del mal que empapa a muchos congéneres nuestros.
Amables horneros que amasan nuestro pan de cada día animados por el ejemplo que nuestros ilustres triunfadores paseantes por las tribunas, las poltronas y demás asientos del poderío, donde todo está justificado, la corrupción, el latrocinio, el insulto, si al final llega el triunfo en la cuenta de resultados o en las elecciones políticas.
Frans Illes, boliviano, después de dos años trabajando para los mismos seres “humanos”, 12 horas diarias durante seis días a la semana , no pudo despertar en ellos el más mínimo atisbo de piedad, humanidad, misericordia. Le arrancan el brazo y lo tiran a la basura, como tiraron la masa de harina ensangrentada, basura. Es el horror al que nos estamos acostumbrando, como si fuera el pan nuestro de cada día, el horror.