”La Divina”, Gran actriz de teatro.


Teatro de Verano del Antiguo Teatro del Buen Retiro, de Madrid.

La actriz valenciana (1741) María Ladvenant y Quirante, “la Divina” como la llamaba su público de Madrid, vivió tan solo veinticinco años, los suficientes para influenciar con su buen hacer artístico, según las crónicas y escritos sobre ella de la época, fue excepcional en sus interpretaciones serias y jocosas, en lo espiritual y en el amor» embelesando a la sociedad del siglo XVIII español, deslumbrando a su pasó por los escenarios como una verdadera y radiante, que irradiaba dinamismo´

Tachada de asombroso arte, la Divina nació en una familia de cómicos de raza y pronto participó en los escenarios a la sombra de la larga tradición familiar. Fue el teatro la actividad en la que la mujer más rápidamente alcanzó un reconocimiento a su trabajo, sobre todo en su faceta actoral, entonces el teatro era un espectáculo de masas, y los actores estaban adscritos a cofradías teatrales que registraban al detalle su actividad. La poderosa Junta de Teatros establecía también los sueldos de los cómicos: los consagrados cobraban por «partido» el año completo y los meritorios por «ración» solo cuando actuaban. Otra de sus competencias era decidir, de manera inapelable, el reparto de papeles, ya fuera el de «autor» –director–, «primera dama», «galán», «sobresalienta», «graciosa» o el de los sufridos «traidores» y «tiranos» que recibían invariablemente los porrazos. Cuando con solo diecisiete años logró entrar en una compañía madrileña, pasó a depender profesionalmente de la Junta de Teatros de la Villa, reguladora de la actividad teatral, ya fuera organizando las compañías, las obras, los salarios o dirimiendo los conflictos entre actores, y entre estos y la compañía. Sus dictámenes podían llevar a los cómicos a prisión, como estuvo a punto de ocurrirle a la Divina.

Sabemos de la adolescente María, triunfa en Madrid en el coliseo de la Cruz y otros corrales punteros como el Buen Retiro y el Príncipe, y otros escenarios en una espiral de rápidos éxitos que la ascendieron a la fama, superando las etapas desde su puesto de aspirante a  primera dama estrella con gran rapidez, autora e incluso directora de su compañía). Provocaba tal fervor que sus hinchas, que los chorizos, enarbolando cintas doradas de seda, y se partían la cara con los seguidores de sus rival en escena «La Tirana».


El  despegue artístico de María LADVENANT, coincidió con la llegada a Madrid en 1759 de Carlos III, el Borbón venido de Nápoles para acceder al trono español tras morir su hermanastro Fernando VI. El nuevo monarca fue agasajado en el teatro del Buen Retiro madrileño con una comedia musical por todo lo alto con los más celebrados actores, incluida  Maria Ladvenant. Eran momentos en que el ímpetu reformista influencio en el teatro, y escritores como Nicolás Fernández de Moratín o José Cadalso, admiradores de María Ladvenant, propugnaban por la novedosa «declamación interior» de los personajes. Es decir que los actores renunciaran a la gesticulación y parloteo exagerados para interpretar lo que indicaba el texto. Naturalidad reclamaba la crítica teatral. María fue de las primeras actrices en abrazar esa línea interpretativa  de renovación, la definían como «incomparable y grande».

Con obras de Calderón, Lope o Tirso, conmovió tanto al pueblo llano, como a intelectuales contemporáneos como Cadalso, Iriarte o Moratín, a quién inspira un verso legendario de la literatura castellana: «¡Qué lazos de oro desordena el viento…!». El crítico Cotarelo, cuando se refería a Maria, decía de ella: tenía belleza, donaire, voz patética, elocuente mirar, semblante animado, prendas de ingenio y amor a su profesión.

Diva de pro, escandalizó con relaciones extramatrimoniales a veces a varias bandas, según sus biógrafos, libre como cómica y como solo osaban ciertas damas de alcurnia del momento. Tuvo una hija legítima y otros tres vástagos extramatrimoniales de sus relaciones con dos nobles a al menos muy adinerados.

La sociedad dieciochesca adoraba los espectáculos teatrales pero sentía poco respeto por los artistas a los que llamaban despectivamente “las cómicas”. Se les consideraba como personas marginales, sin escrúpulos en sus ambiciones codiciosas, exhibían su cuerpo y en ocasiones lo vendían, No se recataban de difundir sus pasiones y romances privados, eran consideradas próximas a la prostitución.

Raramente lograban fortuna, como ilustra una crónica de la época recogida por Emilio Cotarelo: «un cómico o cómica […] apenas tiene para comprar un sayo de buriel, porque en peluquero y otros accidentes de compostura superficial se le va, no solo la parte que toca, sino algo más». También aquí fue excepcional María, que entre su considerable fortuna contó con una esclava procedente de Orán una morita llamada Barca ben Mojamet, regalo de su amante Félix Ambur , a la que acristianó con el nombre de Maria Francisca y concedió la libertad.

Víctima de dolores en el pecho y estertores, Maria murió tras repartir sus alhajas y solicitar sepultura en la madrileña capilla de los cómicos de San Sebastián, cerca de Lope de Vega, a su muerte siendo rica y con importantes posesiones, también tenia deudas y el abuso de los acreedores dejaron a sus hijos en la indigencia.

Para ella caía el telón para siempre el 2 de abril de 1767 y así la escena del XVIII, perdió  una pieza fundamental del arte teatral.

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